23.9.07

El ejército más 'ultra' de Bush


 Presumen ante los soldados españoles de que cobran más. Son ultracatólicos, políticamente reaccionarios y aseguran que no luchan por dinero, sino por la libertad. Irak los ha expulsado por la matanza indiscriminada de ocho civiles

 Dispara sobre todo lo que se mueva: bípedos, perros o ratas!». La orden la impartió un ex boina verde, conocido con el sobrenombre de Arcángel, cuando circulaba al frente de un convoy de la firma de seguridad Blackwater por un mercado de Bagdad. Un mercenario nicaragüense fue testigo de aquel tiroteo, y un mercenario chileno, bajo el nombre figurado de Pedro Núñez, relata así su propia experiencia camino de Kirkuk: «Nos pillaron en una emboscada. Arcángel me dio una bofetada y me aulló al oído: "Go, go!" (¡Vamos, vamos!). Obedecí y embestimos a un grupo de civiles que marchaba con bultos en la cabeza: dudo que alguno sobreviviera».

 Pedro Núñez volvió hace un año a Chile, «aunque preferiría regresar a la pesadilla de Irak antes que sentirme un paria en mi propio país». Tiene 43 años y apenas sale a la calle por temor a que los vecinos le llamen mercenario o a que alguien le detenga por violar la Convención de Ginebra. Arrastra un evidente sentimiento de culpa, pero hace unos días acudió a la Avenida Providencia, a ver si Grupo Táctico -subcontratista de Blackwater, equipo de mercenarios- le daba trabajo en Irak o en cualquier otra guerra lejana. No hubo suerte: los mercenarios se han mudado sin decir adónde.

 El pasado día 17 el gobierno iraquí ordenó la expulsión del grupo estadounidense de mercenarios Blackwater del país, tras acusarles del asesinato de ocho viviles.

 El director de Grupo Táctico es un misterioso mayor del ejército chileno, vinculado en su día con Pinochet: José Miguel Pizarro Ovalle. En octubre del 2003, al calor de la guerra de Irak, se personó en la privadísima base militar de Blackwater en Carolina del Norte y quedó impresionado con lo que vio. Luego aprovechó un viaje a Virginia para lanzarse sobre las solapas del mismísimo fundador, Erik Prince: «Mi nombre es Mike Pizarro, ¿tiene usted cinco minutos?». «Le doy tres», contestó Prince (según relata Jeremy Scahill en su libro Blackwater: el ascenso del mayor ejército privado del mundo).

Guardia Pretoriana

 A sus 38 años, Prince no tenía tiempo que perder. La guerra de Irak había disparado sus ambiciones de convertir Blackwater en algo así como la «guardia pretoriana de la Administración Bush en la guerra contra el terror». Curtido como soldado de élite en la US Navy, ultrarreligioso y multimillonario contribuyente del Partido Republicano, Prince sacó tajada de la privatización militar auspiciada por Dick Cheney y Donald Rumsfeld y en pocos años cimentó su propio ejército de élite, integrado por cerca de 3.000 hombres, 20.000 reservistas y varios aviones y helicópteros de combate.

 Mike Pizarro se ofreció pues gentilmente a extender el imperio del generalísimo Prince y a reclutar contratistas privados en el cono sur. Poco después apareció en los periódicos un discreto anuncio en español: «Se necesitan veteranos con instrucción de comando y dominio del inglés». A los pocos meses, Pizarro le sirvió en bandeja 756 mercenarios chilenos con destino a Irak.

 Pedro Núñez acudió al reclamo con su experiencia como oficial -depurado en 1998 por su proximidad a Pinochet- y se topó en plena noche con más de mil aspirantes que daban la vuelta al edificio. «Se podía organizar un pequeño ejército de élite con todos nosotros», recuerda. «Allí había infantes de marina, boinas negras (comandos anfibios), agentes de la brigada antiterrorista que querían probar fortuna en Oriente Medio... Se nos convocó en las afueras de San Bernardo y eligieron a los más aptos».

 Un avión les trasladó hasta la base militar privada de Moyock, y allí descubrieron que junto a las barras y estrellas ondeaban las banderas de Chile, Colombia, Nicaragua y Perú. «Eramos cerca de 900 latinoamericanos trabajando en los hangares, en la intendencia y en las secciones de adiestramiento de aquella mini-potencia bélica llamada Blackwater», atestigua Núñez. También había gurkas nepalíes, y rangers irlandeses, y sas australianos, y hasta comandos serbios...

 En la zona verde de Bagdad y en las ciudades de Kirkuk, Kerbala y Diwaniya estaban ya desplegados 700 contratistas, con sus poderosos fusiles, sus gafas negras y sus uniformes de camuflaje. Bajo la protección del procónsul Paul Bremer, conquistaron la inmunidad y fueron subiendo en número (uno por cada tres soldados, frente a uno por cada 60 en la primera guerra del Golfo).

 Aunque el manual del contratista privado recalca que no se pueden cometer agresiones (ni siquiera verbales) contra los civiles, lo cierto es que son entrenados para la intervención directa y el combate. Los incidentes en Irak se multiplican, y también el odio de la población: la insurgencia llegó a ofrecer 50.000 dólares por la cabeza de un mercenario.

 En marzo del 2004, cuatro hombres de Blackwater caen en una emboscada y son asesinados, quemados y colgados como trofeos de caza en un puente cercano a Faluya. Hasta ese momento, los contratistas han logrado esconderse tras la niebla y el polvo de la guerra, pero su papel en primera línea de fuego queda por fin en evidencia.

 Un mes después, en la batalla del 4 de abril en Nayaf, los soldados españoles son testigos de la «licencia para matar» de los mercenarios adscritos a la Coalición de la Autoridad Provisional de Paul Bremer. Uno de ellos dispara contra una ambulancia que intenta recoger a los heridos en combate. Se sienta a leer y cuando se aburre busca otro blanco fácil: una mujer anciana y enlutada. Los mercenarios hispanos compadrean con los soldados españoles: les muestran sus armas último modelo, presumen de ganar ocho veces más que ellos, les dicen que alistarse en un ejército privado es tan sencillo como pinchar en la web...

Disparando al azar

 En octubre del 2005, un mercenario al servicio de Aegis Defence Services cuelga en la red un vídeo en el que se le ve disparando al azar contra los conductores iraquíes. Como ahora, tras el incidente en el que los pistoleros de Blackwater acabaron al menos con ocho civiles en Bagdad, se anunciaron investigaciones y revocaciones de contratos, pero los helicópteros de Blackwater han vuelto a sobrevolar la zona verde. El Gobierno iraquí tiene poco o nada que hacer ante tan poderoso enemigo interno.

 Pese a los recelos que levantan entre los propios soldados americanos, bastante peor pagados y equipados, los contratistas han llegado ya a tal nivel de simbiosis con el Pentágono que es difícil saber dónde está la delgada línea roja. El artífice de la creciente implicación de los mercenarios en el conflicto iraquí no es otro que J. Cofer Black, ex espía de altos vuelos y ex coordinador de Contraterrorismo del Departamento de Estado, artífice de las rendiciones extraordinarias y los vuelos fantasmas de la CIA.

 Tras el incidente de Faluya, J. Cofer Black dejó la Administración Bush y corrió en auxilio de Blackwater. Erik Prince confió en él y le nombró vicepresidente. Gracias a sus contactos, Blackwater no sólo se ha beneficiado de la guerra de Irak sino también de las urgencias domésticas (mientras llegaba el ejército, los mercenarios patrullaron en furgones por las calles de Nueva Orleans tras el huracán Katrina).

«No es por dinero»

 Cofer Black se ha propuesto ganar la partida a otros competidores (Dyncorp, ArmorGroup, Control Risks) y convertir Blackwater en el brazo predilecto y privado del Pentágono, algo así como los hombres de Harrelson de la intervención rápida. Para defender los oleductos y en previsión de un conflicto con Irán, patrullan desde hace meses el Mar Caspio desde Azerbayán. «No estamos en esto únicamente por dinero», palabra de Black, «sino para apoyar la democracia en el mundo».

 Erik Prince, el alma mater, está dispuesto a poner a sus hombres al servicio incluso de una causa más alta. El autor Jeremy Scahill revela en Blackwater las oscuras conexiones de Prince con la ultraderecha cristiana y su alineamiento con los teoconservadores que han suscrito un incendiario y mesiánico documento: La Misión Cristiana en el Tercer Milenio.

 La justificación patriótica está cada vez más presente en la misión de los nuevos mercenarios. «Lo que Blackwater pretende es crear un ejército privado de patriotas temerosos de Dios, bien pagados y al servicio de la hegemonía de Estados Unidos», advierte Scahill, «apoyados por soldados de a pie del Tercer Mundo que han colaborado con regímenes brutales o han formado parte de escuadrones de la muerte».

✒ Carlos Fresneda / Ramy Wurgaft | El Mundo (España)  | Domingo, 23 de Septiembre de 2007, Suplemento Crónica, número 622.