Actualmente existe en la Argentina una marcada tendencia a la tergiversación y parcialización de la historia en diversos ámbitos y temas, desvirtuándola como ciencia, generando divisiones y haciendo de la mentira una práctica habitual.
Las campañas al desierto son uno de los campos en los que más se intenta ocultar la verdad y reemplazarla por burdas versiones distorsionadas sobre los hechos.
A través de esta nota iniciamos una serie de estudios para llevar un poco de luz sobre la cuestión.
Sebastián Miranda
1. El mito de los legítimos dueños de la tierra
Antes de comenzar a analizar las acciones llevadas a cabo durante las campañas al desierto, tema que trataremos en próximas notas, es necesario aclarar una serie de cuestiones. En los últimos años se ha intensificado, desde diferentes sectores, una campaña destinada a tergiversar los sucesos históricos que conforman en su conjunto la cuestión de la guerra contra el indio. El eje central de la misma, básicamente, consiste en sostener que los indígenas vivían pacíficamente en sus tierras y que el hombre blanco llegó para usurparlas y esclavizarlos. Este proceso fue iniciado en 1492 con el descubrimiento de América por parte de los castellanos y continuado a lo largo de los siglos, teniendo como eslabón final el genocidio llevado a cabo por el general Julio Argentino Roca durante las últimas campañas al desierto. De esta manera los pueblos originarios que vivían pacíficamente y un estado de idílica pureza original fueron masacrados y despojados de sus riquezas y territorios. Esta prédica se dirigió en una primera etapa contra el proceso de descubrimiento, conquista, poblamiento y evangelización de América llevado a cabo por España. Desde las usinas de Gran Bretaña y Holanda (en proceso de separación del imperio español), Estados enemigos de España, se tejió la llamada leyenda negra utilizada como ariete contra el accionar hispánico en América, buscando desprestigiarlo con el fin de apoderarse de las riquezas y mercados del nuevo continente. Revivida constantemente por los intelectuales marxistas y por autores como E. Galeano –más afín a los cuentos que a ejercer profesionalmente la investigación histórica-, en su conocida obra Las venas abiertas de América Latina, siguen tergiversando los sucesos. Los escritores cambian pero el nulo rigor científico de sus obras sigue inalterable. No nos ocuparemos de la etapa colonial, quedando esta tarea pendiente, pero sí de este mito que se trasladó a las campañas al desierto, especialmente la de J. A. Roca, atizado por los escritores afines al gobierno actual, los indigenistas y la izquierda en su conjunto. Intentaremos a lo largo de las siguientes notas de llevar algo de claridad y refutar las mentiras y errores que se difunden con mayor frecuencia. Para acotar el campo de análisis nos referiremos exclusivamente a los pueblos que participaron en las acciones en torno a las campañas al desierto pues la situación de las culturas del noroeste y noreste fue completamente diferente.
En primer lugar es necesario aclarar que los indígenas no eran un grupo homogéneo sino un conglomerado de pueblos distribuidos a lo largo del territorio nacional. La situación de cada uno de ellos era diferente así como la relación con el hombre blanco. Nos ocuparemos puntualmente de los que tuvieron relación con los sucesos historiados. Estos eran básicamente:
. Araucanos: se ubicaban en el actual territorio chileno, cazadores, recolectores y agricultores. Eran belicosos y excelentes guerreros, logrando detener el avance de los incas en el río Bío Bío en el siglo XV. Su capacidad militar creció, como ocurrió con el resto de las tribus, al aprender a usar el caballo introducido por los españoles. Se los llamaba también indios chilenos siendo hoy en día más conocidos como mapuches. De acuerdo a su ubicación eran llamados de diferentes maneras: picunches (gente del norte); huiliches (gente del sur) y moluches (gente del oeste).
. Pampas y pehuenches: grupos emparentados entre sí y con los araucanos, habitaron en las actuales provincias de Buenos Aires, La Pampa, sur de Córdoba, San Luis y Mendoza llegando hasta Río Negro. Eran muy buenos guerreros y costó mucho evangelizarlos. Los primeros estaban en las zonas llanas, mientras que los segundos en las serranas (Sierra de la Ventana, Tandil). La palabra pampa es un término quechua que quiere decir campo abierto.
. Ranqueles: parientes directos de los araucanos, originarios de Chile, etimológicamente su nombre significa gente del cañaveral, se asentaron en Córdoba y el norte del río Colorado. Cobraron una gran notoriedad por su belicosidad a partir de la llegada desde Chile del cacique Yanquetruz en el siglo XIX emprendiendo campañas de saqueo y destrucción contra las poblaciones de la campaña argentina. Su capital era Leubucó.
. Tehuelches o patagones: habitaron el sur del actual territorio argentino a partir del siglo VI, desde el sur de la costa del río de la Plata hasta Tierra del Fuego. Eran cazadores y en general tuvieron buenas relaciones con los colonizadores y con sus hermanos pampas con los que solían aliarse para defenderse de los ataques de vorogas y araucanos. Estaban en guerra constantemente contra los indios chilenos que normalmente los vencían y esclavizaban.
. Voroganos o vorogas: también originarios de Chile (zona central), se establecieron en el territorio argentino a partir de 1830 teniendo como capital el paraje de Masallé en la actual provincia de La Pampa. En 1834 sus principales caciques fueron masacrados por indios araucanos procedentes de Chile encabezados por Calfucurá, quedando los voroganos bajo dominación araucana.
Estos grupos no eran una masa homogénea sino que estaban en guerra constantemente entre sí. Las razones de estos enfrentamientos eran variadas: disputas territoriales, por la posesión de bienes (ganado, telas, armas, alcohol), venganzas por ofensas, por el deseo de tener esclavos de la tribu rival o por cuestiones dinásticas. A su vez eran comunes las luchas internas, especialmente cuando un cacique moría y existían varios candidatos para la sucesión. Las tribus que eran sometidas por otras veían en el hombre blanco un aliado para liberarse de este dominio y a su vez los criollos utilizaban los servicios de los llamados indios amigos para defender las fronteras de los ataques de sus parientes más belicosos. Esta situación se dio en toda América. Difícilmente H. Cortés hubiera podido conquistar al imperio azteca sin el apoyo de los más de 120.000 indios aliados que querían liberarse del yugo azteca. En la Argentina se repitieron los casos: los tehuelches marcharon junto a las fuerzas de J. M. de Rosas contra los araucanos, al igual que lo hicieron los vorogas contra los ranqueles. En la batalla de San Carlos (8 de marzo de 1872), decisiva para terminar con el poder de Calfucurá, lucharon 585 hombres del Ejército Argentino y la Guardia Nacional junto a 940 indios aliados, pampas, contra 3.500 araucanos, vorogas y ranqueles.[1]
Al analizar seriamente la cuestión, podemos ver que los llamados pueblos originarios lo son –si nos referimos al actual territorio argentino- y en otros no.
. Araucanos o mapuches: originarios de Chile, comenzaron a invadir masivamente el actual territorio argentino a partir del siglo XIX (mucho después de la llegada de los españoles), atraídos por la abundancia de ganado. El primer gran malón se produjo en 1737 contra el naciente pago de Arrecifes. Al año siguiente 2.000 araucanos provenientes de Chile arrasaron la población. Se inició entonces la trágica costumbre de las invasiones de indios chilenos que tras los saqueos volvían con el botín a sus dominios al oeste de la Cordillera de los Andes. En 1820 capitaneados por los hermanos Carreras arrasaron los pueblos de Salto y Dolores. Estos ataques unidos a nuevas invasiones provenientes de Chile fueron los que motivaron las expediciones al desierto del gobernador de Buenos Aires Martín Rodríguez en 1823 y 1824. El resultado fue negativo dada la escasa experiencia del gobernador en la lucha contra los indios y la falta de baqueanos. M. Rodríguez, a pesar de las advertencias de J. M. de Rosas, atacó durante las campañas a tribus que no habían participado en los malones por lo que no solamente no pudo neutralizar a los agresores sino que despertó la ira de naciones como los pampas que mantenían relaciones amistosas con el gobierno. La venganza de los indios no se hizo esperar, desatándose una serie de malones devastadores que arrasaron las fronteras de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. Esto hizo que se decidiera el envío de la una misión encabezada por el coronel de milicias J. M. de Rosas que reunió a los caciques enemigos en la laguna del Huanaco (150 km al norte de Salinas Grandes en la actual provincia de La Pampa). Allí se hicieron presentes 39 caciques y 50 representantes de parcialidades indígenas. Sorprendidos e impresionados por el coraje de J.M. de Rosas que inicialmente concurrió solo y les habló en lengua pampa que dominaba perfectamente, logró la firma de un acuerdo. Se logró adelantar las fronteras y, a cambio de la entrega de animales, yerba, tabaco, azúcar y otros productos logrón mantener la región en paz. Si bien la solución definitiva hubiera sido una expedición militar y no el pago de esta forma de tributo, el gobierno no estaba en condiciones de hacerlo ya que debía destinar los recursos disponibles a la inminente guerra contra el Brasil. Posteriormente J. M. de Rosas volvió a marchar, esta vez al sur de la provincia de Buenos Aires, para lograr otro acuerdo con los indígenas a que existía el peligro que los brasileños buscaran la alianza con ellos para abrirle al gobierno argentino un nuevo frente de guerra. Este fue justamente uno de los objetivos de la malograda expedición que culminó en la derrota imperial en Carmen de Patagones.[2]
En 1834 bajo el liderazgo de Calfucurá (perteneciente al sub grupo de los huiliches) masacraron a los caciques voroganos y se establecieron en el centro de la actual provincia de La Pampa en Salinas Grandes. Sobre esta cuestión ha queda un precioso testimonio de Santiago Avendaño, a mi juicio una de las mejores obras para conocer la cuestión de la guerra contra el indio y las luchas internas. S. Avendaño fue cautivado por los ranqueles en 1842 y siete años después logró escapar. A partir de 1852 fue mediador entre el gobierno y los indígenas con los que volvió a convivir y apreció hasta su asesinato en 1874 cuando era secretario del cacique Juan José Catriel dentro de uno de los tantos procesos de lucha civil entre los aborígenes:
“El cacique Rondeau confió en las protestas de paz y despachó a uno de los enviados a Calfucurá manifestando el beneplácito para que se aproximasen los viajeros (….). Calfucurá se aproximó hasta Mallo-lafquén (laguna de la cal o greda) y de aquí marchó a altas horas de la noche a Pul, aprovechando el silencio de la noche para, de ahí, dar un paso más, al amanecer, y caer sobre las tolderías de Rondeau. Cuando quiso aclarar, todos estuvieron en disposición para avanzar. Se echaron en marcha a todo escape, diseminándose por las tolderías de tránsito, provocando una tremenda confusión (…). El indio emisario ya había asesinado al cacique Rondeau al tiempo que pretendía ponerse en fuga. Los caciques ya mencionados {Curu-thripay, Nahuel-quintuí, Calfuthrú, Mari-leofú, Curu-angué, Milla-bozó y Milla-pulqui} fueron rodeados y lanceados y, un momento después, los invasores se repartieron en grupos en todas las direcciones para sorprender a los que aún ignoraban estos sucesos.
Poco después fue que lograron encontrarse con los caciques Melín y Alún, acompañados de algunos indios que venían sin sospechar nada en absoluto. Venían por la invitación del hermano ahora asesinado. Estos fueron conducidos a la presencia del caudillo, que mandó lancear a los dos hermanos, salvando, en cambio la vida a los caciques Yofqueiñ y Maiñque-fú, quienes prometieron someterse al conquistador”.[3]
Una parte de los sobrevivientes se sometieron a los conquistadores, comenzando un proceso de mestizaje entre los voroganos y los huiliches. Pero no todos aceptaron esto y buscaron apoyo entre los blancos:
“(….) Los indios que habían emigrado a las fronteras se consagraron a defenderlas, haciéndose dignos de ser contados en el número de los mejores soldados de línea, por su intachable fidelidad, su actividad en el servicio y por el orden que guardaban en su vida privada (…). Juan Manuel de Rosas confirió, sí, el empleo de Coronel al cacique Collinao, con el goce de todas las prerrogativas que correspondían a ese rango. Pero tan pronto como cayó Rosas Collinao cesó de gozar lo que muy justamente había merecido por su lealtad.
Los caciques Carré-llang, Teuqué, Lorenzo, Güaiquimil, Güenuqueo y otros, arrastraron a unos 193 indios con sus familias. Todos estos prestaron valiosos servicios a la causa de la civilización, haciéndose temibles para los indios de afuera (…)”.[4]
De esta manera los restos de las tribus vorogas, originarias de Chile, se dividieron en dos: los que se fusionaron con los huiliches de Calfucurá y los que se unieron a los blancos buscando su protección y contribuyendo eficazmente a la defensa de las fronteras. Existe una polémica sobre las causas del ingreso de Calfucurá al territorio argentino que analizaremos al tratar la campaña al desierto de J. M. de Rosas.
Los araucanos o huiliches de Calfucurá no se limitaron a decapitar a las tribus vorogas. Combatieron también contra sus parientes moluches destruyendo a las indiadas del cacique Raylef, también chileno, en la batalla de río Agrio. Tras la caída de J. M. de Rosas en Caseros, Calfucurá[5] formó una confederación de tribus que devastó las poblaciones de frontera hasta la derrota de San Carlos en 1872 y las campañas al desierto. Con frecuencia sus hermanos cruzaban la cordillera de los Andes desde sus dominios en Chile para apoyarlo en las invasiones. De estas dio cuenta Manuel Baigorria en sus Memorias:
“Baigorria se marchó a Rosario y recibió una orden del capitán general que se fuese tierra adentro, porque había sabido por el cónsul chileno que mil seiscientos indios habían pasado la cordillera encabezados por Renquel y se dirigía a lo de Calfucurá, su hermano, para invadir Buenos Aires, y que sin omitir sacrificios era preciso contenerlos. Nada menos que él y el presidente {en esos momentos Santiago Derqui} iban a marcharse para Buenos Aires a tener una entrevista con el gobierno”.[6]
El producto de los malones era llevado a Chile donde era comprado por los comerciantes locales junto a algunos inescrupulosos comerciantes argentinos.[7] A partir del inicio de las disputas territoriales con la Argentina, el gobierno chileno comenzó a fomentar y apoyar estos ataques como instrumento para menoscabar la soberanía argentina en la Patagonia, en disputa con el gobierno trasandino:
“Nuevamente en el valle del Limay, encontramos tropas de ganado que de las estancias saqueadas en la provincia de Buenos Aires pasaban a Chile. Llegué a contar ciento veinte sendas, tan antiguo como frecuente era el negocio, causa principal de los malones (…)”.[8]
Por ello no fue rara la presencia entre los contingentes araucanos de tropas de línea chilenas, produciéndose numerosos combates entre el Ejército Argentino y los indios amigos contra indígenas araucanos apoyados por tropas chilenas, especialmente durante las acciones del general Conrado Villegas en Neuquén.[9]
Nunca los araucanos, hoy llamados mapuches, fueron originarios de la Argentina sino que se establecieron tras someter a las tribus locales y a sus propios hermanos de raza, viviendo del saqueo de las poblaciones de frontera.
. Pampas: provenientes del tronco araucano, se establecieron en las actuales provincias de Buenos Aires y La Pampa en el siglo XVI. Ocasionalmente participaron en malones junto a los araucanos pero generalmente las relaciones fueron conflictivas, estando en guerra contra ellos junto con los tehuelches. En 1830 junto a los pehuenches fueron masacrados por los vorogas en Bahía Blanca.
. Pehuenches: en 1825 el cacique Ñeincul fue asesinado, como los pehuenches habían apoyado al Ejército de los Andes y eran aliados, el gobierno de Mendoza, para evitar la guerra civil, designó como sucesor al cacique Antical. Sin embargo, el cacique Llanca Milla no estuvo de acuerdo y solicitó el apoyo de sus enemigos huiliches del cacique Anteñir para combatir a Antical al que culpaba de la muerte de Ñeincul. Los huiliches (araucanos) reunieron 5.000 guerreros junto con 200 guerrilleros realistas y prometieron apoyar a Llanca Milla. Atacaron primero a Antical en sus toldos de Malal Hué matándolo y masacrando a guerreros, mujeres y niños. Los que lograron salvarse, no sabiendo que habían sido atacados por los huiliches y pensando que eran los atacantes eran los pehuenches de Llanca Milla, pidieron apoyo a Anteñir que prometió ayudarlos si se presentaban desarmados en sus toldos. Una vez allí fueron masacrados cerca de 1.000 pehuenches, hombres, mujeres y niños. Combatieron contra los vorogas que mataron a muchos de ellos en diferentes puntos de la provincia de Buenos Aires entre 1829 y 1830.
. Ranqueles: se asentaron en Leubucó (Córdoba) alrededor de 1700. Originalmente eran una mezcla de araucanos, huiliches, huarpes y puelches. Cobraron importancia en el siglo XIX cuando el cacique Yanquetruz llegó de Chile y organizó malones constantemente. Fueron el principal blanco de la campaña al desierto de J. M. de Rosas. Yanquetruz fue sucedido por los caciques Painé y Galván. Los ranqueles se dividieron entre los seguidores de Yanquetruz y los de Llanquelén y Calfulén (eran hermanos) que pidieron protección al gobierno de Buenos Aires sirviendo como fuerzas para cuidar las fronteras. En 1836 una expedición ranquelina salió de Leubucó para castigar a los caciques por haberse unido a los cristianos, pero al enterarse de que a su vez Calfucurá los atacaría a ellos, se dirigieron a Rojas donde fueron batidos por Llanquelén. Los ranqueles sobrevivientes fueron enviados a Buenos Aires donde el gobernador J. M. de Rosas se encargó de costear su educación.
Enardecidos por la derrota, los caciques Pichuiñ y Painé organizaron una nueva expedición para vengarse de sus hermanos a los que J. M. de Rosas habían distinguido con honores por su servicio en la defensa de la frontera. En 1838 sorpresivamente la expedición ranquelina llegó hasta las cercanías de los toldos de Llanquelén y Calfulén. A pesar de la dura resistencia, los hermanos fueron capturados y ejecutados:
“Acto continuo fue llevado hasta el foso {Llanquelén}, donde vio con sus propios ojos todo el horror que se había cometido. Vio a su hermano dentro del foso, la cabeza separada del cuerpo, vestido como había estado. Allí se la mandó tirarse al suelo. Hecho esto, se le dejó llorar un momento y luego fue degollado por el cacique Anequeo”.[10]
Los indios que querían entrar en connivencia pacífica con el hombre blanco terminaban así trágicamente sus días. Los sobrevivientes, mujeres y niños fueron repartidos para servir como esclavos entre los vencedores.
. Tehuelches: eran los más antiguos de los que se asentaron en el actual territorio argentino, a partir del siglo VI. Fueron atacados por diversos pueblos:
En 1821 un nutrido grupo de araucanos del grupo moluche apoyados por tropas regulares de Chile vencieron y masacraron a 1.800 tehuelches en Choele Choel, obligándolos a retirarse hacia el sur o buscar refugio entre los blancos:
“(…) Vencidos por los invasores moluches con el apoyo de las milicias chilenas y un cañón en la batalla de Choele Chel (1821) y la muerte masiva de los mismos comandantes (el comandante Calixto Oyuela calculó que murieron unos 1800 guerreros tehuelches) permitió el mestizaje de sus mujeres con los mapuches en gran escala (…)”.[11]
Efectivamente esto hizo que los tehuelches comenzaran un proceso acelerado de mestizaje con otros grupos ya que muchos de los varones murieron en esta batalla. Para tener una idea de la magnitud de la matanza podemos compararla con las campañas al desierto. Durante las acciones de 1879-1800 se calcula se capturaron alrededor de 20.000 indios. En una sola batalla los araucanos matarona un equivalente al 9% de todos los indios capturados durante las campañas al desierto más importantes de la historia argentina.
Diezmados por los araucanos, desde 1821 pidieron apoyo a los sucesivos gobernadores de Buenos Aires Participaron activamente en la campaña al desierto de J. M. de Rosas batiéndose valientemente contra los ranqueles y araucanos.
Los enfrentamientos con los indios chilenos eran permanentes. George Chaworth Musters, marino británico que realizó un viaje por la Argentina en 1869, relató su experiencia:
“(…) El padre de Casimiro {cacique tehuelche leal al gobierno argentino, gran amigo del ilustre capitán Luis Piedrabuena} cayó prisionero también en un infructuoso asalto a un fuerte araucano. Consiguió evadirse con un par de compañeros suyos después de dos o tres años de cautiverio; y, cuando iban apresuradamente a juntarse con los tehuelches en las inmediaciones de Geylum, encontraron a un araucano que andaba solo. Este al ver el fuego se acercó sin recelo, y los otros lo recibieron bien, invitándolo a fumar; pero luego lo agarraron, lo desnudaron y lo ataron de pies y manos, y lo dejaron tendido en la pampa, presa desamparada para los cóndores y los pumas. Después de satisfacer sí su anhelo de venganza, los fugitivos lograron reunirse a su gente y organizaron un ataque contra los araucanos, en el que fue muerto el padre de Casimirio (…)”.[12]
Los araucanos, llamados en Neuquén manzaneros (por la abundancia de estas frutas en la región), siempre fueron superiores en número por lo que frecuentemente ganaban las batallas y esclavizaban a los tehuelches:
“(…) Se contaban algunos prodigios de valor que los tehuelches habían realizado; pero en realidad los manzaneros se mostraban superiores a ellos como guerreros, y hasta en los tiempos de nuestra visita a estos últimos tenían esclavos tehuelches (…)”.[13]
La práctica de la esclavitud era común entre los indios, siendo víctimas de ella tanto los cristianos como los miembros de las tribus enemigas.
Otro testimonio de estos enfrentamientos entre araucanos y tehuelches ha llegado a nosotros de la mano del gran explorador y científico Francisco Moreno:
“(…) El patagón no es menos valiente y defensor de su soberanía, {que el araucano} como lo atestiguan las relaciones de combates que, en las veladas, cuentan los guerreros de todas esas tribus, y en las que muchas veces la peor parte no la han llevado los tehuelches.
Estos son exaltados en la guerra, pero en la paz no creo que haya salvaje en el mundo más tratable, sin tener en manera alguna la susceptibilidad de carácter del belicoso araucano o pampa”.[14]
Esta diferencia en la idiosincrasia de los tehuelches, originarios del actual territorio argentino, es la que hizo que las relaciones con el hombre blanco fueran, salvo raras excepciones, cordiales. Caso contrario a las que se desarrollaron con los araucanos, oriundos del actual Chile, que invadieron las tribus de los verdaderos pueblos originarios.
. Voroganos: nativos de Chile, también del tronco araucano hoy llamado mapuche, asentados en el actual territorio argentino a partir de 1830. En Chile lucharon contra otros araucanos en guerras internas. Producida la revolución patriota contra Fernando VII en 1810 se unieron a los realistas comandados por el coronel José Antonio Pincheira. Tras la victoria patriota de Maipú invadieron el actual territorio argentino realizando malones sobre Carmen de Patagones (1829). Masacraron a los pampas asentados en Sierra de la Ventana y Sauce Chico, matando a los caciques principales. Seguidamente avanzaron sobre las proximidades de la Fortaleza Protectora Argentina[15], hoy Bahía Blanca, donde volvieron a diezmar a los pampas (26 de septiembre de 1830) asentándose en Guaminí. Los pampas sobrevivientes huyeron hacia el sur del río Negro comandados por los caciques Raynagual y Chocorí.
En 1834 los principales caciques vorogas –Mariano Rondeau y Melián- junto a muchos de sus capitanejos e indios de chusma fueron asesinados a traición por los araucanos dirigidos por Calfucurá que supuestamente concurrían desde Chile para comerciar pacíficamente. Hay una polémica histórica sobre el ingreso de estos araucanos. Para algunos historiadores ingresaron con el apoyo de J. M. de Rosas que los utilizó para someter a los voroganos que se habían negado a atacar a los ranqueles, principales enemigos de los gobernadores provinciales, para otros la llegada fue consecuencia de un prolongado período de sequía en Chile que hizo que el alimento escaseara. Lo cierto es que desde 1834 estos araucanos se asentaron en Salinas Grandes, siendo la relación buena con el hombre blanco hasta la caída de J. M. de Rosas en Caseros.
Sintetizando: araucanos, ranqueles y voroganos fueron etnias originarias de Chile que en distintos momentos, pero principalmente a partir del siglo XIX, se asentaron en el actual territorio argentino sometiendo y masacrando a las tribus locales, originarias, pampas, pehuenches y tehuelches. A este proceso en su conjunto se lo conoce como la araucanización de la pampa. Alfredo Serres Güiraldes en su excelente estudio sobre la cuestión expresó:
“Llegó a configurar en el transcurso del tiempo, una verdadera invasión, con las secuelas lógicas que acarrea una agresión de esa naturaleza. Esa irrupción, en su cénit, llego a conformar prácticamente un estado dentro de otro estado y que oponía la fuerza a todo intento de reconquista que efectuaran las autoridades nacionales”.[16]
Efectivamente, la araucanización fue una invasión de pueblos originarios de Chile que inicialmente usurparon territorios pertenecientes a pueblos originarios del actual territorio argentino –pampas, pehuenches y tehuelches- que posteriormente se trasladó también a territorios ocupados por el hombre blanco. Este último durante la época colonial tuvo relaciones conflictivas con los dos primeros grupos y buenas con los terceros. A partir de 1810 las relaciones con los tres grupos en general, salvo algunas excepciones, fueron buenas, apoyándose mutuamente frente a las agresiones de las diferentes etnias que habitaban al oeste de la Cordillera de los Andes. Debido a las masacres efectuadas por los araucanos (en sus diferentes sub grupos: huiliches, voroganos, ranqueles, etc) contra los pampas, pehuenches y tehuelches, estos buscaron el apoyo de las autoridades argentinas para evitar sus extinción. Simultáneamente los sucesivos gobiernos argentinos, como veremos en otras notas, utilizaron los conflictos entre los sub grupos del tronco araucano para intentar neutralizar el accionar de los indios originarios de Chile. Estos procesos generaron una enorme mortandad entre los indígenas. Solamente mencionando la batalla de Choele Choel, observamos la matanza de 1.800 tehuelches, no solo guerreros sino mujeres y niños. Preguntamos a los indigenistas: ¿en qué batalla el Ejército Argentino produjo esta mortandad semejante que no respetó la vida de mujeres ni niños? Esto se trasladó en 1825 a los pehuenches en Mendoza, repitiéndose con los pampas en 1829 y 1830 en Sierra de la Ventana y Bahía Blanca.
Estas masacres o genocidios, término tan utilizado por indigenistas, intelectuales de izquierda o simples ignorantes al referirse a la cuestión de las campañas al desierto, que por cierto no incurrieron en estas aberraciones, son casualmente olvidados por los cultores del indigenismo y por iconoclastas que dirigen su odio contra monumentos consagrados a personajes fundamentales en la historia de América y la Argentina como fueron Cristóbal Colón y Julio Argentino Roca.
Otro de los historiadores que abordó la cuestión, Roberto Edelmiro Porcel, expresó:
“Pero cabe aclarar que las grandes matanzas de indígenas fueron producto de sus propias guerras tribales y sus continuas venganzas, que respondían a ataques con ataques, a muerte con muertes, o sea ocurrieron como consecuencia de sus enfrentamientos permanentes. En ellas y en la araucanización de nuestras pampas murieron millares de indios de lanza y de chusma, que cuando no era aprisionada era lanceada, muchas veces sin distinguir siquiera entre hombres, mujeres y niños”.[17]
Es entonces que, más allá de los excesos ocurridos durante las campañas al desierto, las muertes masivas de indígenas fueron producto de las guerras internas y las invasiones producidas entre las diferentes etnias.
NOTAS:
[1] MIRANDA, Sebastián. La batalla de San Carlos. El comienzo del fin. En: Defensa y Seguridad Mercosur, año 5, Nro 24, marzo-abril de 2005, pp. 87-93.
[2] Ver MIRANDA, Sebastián. La batalla de Carmen de Patagones. En. Defensa y Seguridad Mercosur, año 7, Nro. 38, julio-agosto de 2007, pp. 64-73.
[3] AVENDAÑO, Santiago. Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño (1834-1874). Recopilación del padre Meinrado Hux, Buenos Aires, El Elefante Blanco, 2004, pp. 35-36.
[4] AVENDAÑO, Santiago. Op cit., p. 39.
[5] Se unió a la guerra civil entre Buenos Aires y la Confederación entre 1853 y 1861, apoyando a las fuerzas de J. J. de Urquiza.
[6] BAIGORRIA, Manuel. Memorias, Buenos Aires, Solar/Hachette, 1975, p. 139. Coronel unitario que se refugió entre los ranqueles, combatiendo contra las fuerzas federales y participando activamente en los malones. Posteriormente sirvió a las órdenes de J. J. de Urquiza en la guerra contra Buenos Aires y terminó cambiando nuevamente de bando uniéndose a las tropas de B. Mitre. Sus Memorias constituyen un testimonio de gran valor para entender la evolución de la política nacional y las costumbres de los indios.
[7] Recomiendo la lectura del excelente trabajo: ROJAS LAGARDE. Jorge Luis. Malones y comercio de ganado con Chile. Siglo XIX, Buenos Aires, El Elefante Blanco, 2004.
[8] MORENO, Francisco Pascasio. Reminiscencias del perito Moreno, primera reimpresión, Buenos Aires, El Elefante Blanco, 1997, p. 57.
[9] Sigue siendo insustituible la lectura del trabajo del fallecido patriota PAZ, Ricardo, Alberto. El conflicto pendiente, segunda edición, Buenos Aires, EUDEBA, 1981, T I y II.
[10] AVENDAÑO, Santiago. Op cit., p. 70.
[11] PORCEL, Roberto Edelmiro. La araucanización de nuestra pampa. Tehuelches y pehuenches. Los mapuches invasores, Buenos Aires, Edivérn, 2007, p. 32. Se trata de un libro sintético pero no por ello poco riguroso, que plantea verdades que hoy pocos se atreven a decir, mostrando brillantemente cómo se desarrolló el proceso de araucanización del actual territorio argentino y las guerras entre las diferentes etnias.
[12] MUSTERS, GEORGE CHAWORTH. Vida entre los patagones. Un año de excusiones por tierras no frecuentadas desde el estrecho de Magallanes hasta el río Negro, segunda reimpresión, Buenos Aires, Solar, 1991, p. 184.
[13] MUSTERS, GEORGE CHAWORTH. Op. cit., p. 184.
[14] MORENO, FRANCISCO PASCASIO. Viaje a la Patagonia Austral 1976-1877, segunda reimpresión, Buenos Aires, Solar, 1989, p. 217.
[15] Fundada el 9 de abril de 1828.
[16] SERRES GUIRALDES, Alfredo. M. La estrategia del general Roca, Buenos Aires, Pleamar, 1979, p. 123. Trabajo excelente que se centra en analizar la importancia del general J. A. Roca en el afianzamiento de la soberanía nacional en relación a la cuestión indígena y los problemas limítrofes con Chile.
[17] PORCEL, Roberto Edelmiro. Op. cit., pp. 28-29.
✒ Sebastián Miranda | Debatime | Martes 22 de octubre de 2013.
http://debatime.com.ar/los-mitos-del-indigenismo-parte-i/
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