La palabra mito, de raíz griega, tiene varias acepciones en el diccionario; una de ellas es: “Persona o cosa a la que se le atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien, una realidad de la que carecen”. Rodrigo Borja, en su Enciclopedia Política nos dice que “en los pueblos modernos se ha forjado también una suerte de mitología política. El mito, en definitiva, tiene elementos extraídos de la realidad y de la fantasía”. La ficción y la historia se entremezclan para dar a ciertos individuos y a sus actos, una imagen agrandada, por factores sentimentales o ideológicos.
Todas estas reflexiones conceptuales se me vienen a la mente al meditar sobre la transmutación que, con el paso de los años, ha experimentado la imagen del guerrillero argentino Ernesto “Che” Guevara. Cuando este hombre murió en las selvas de Bolivia, luego de una emboscada que le tendió el Ejército boliviano, asesorado por la CIA, las únicas lágrimas derramadas por su triste muerte provinieron de los sectores de ultraizquierda, obsesionados con la toma del poder por la violencia, quienes vieron con frustración la desaparición de su adalid en esa lucha. A nadie se le ocurrió que había muerto un mártir de vida ejemplar; un modelo de conducta para los seres humanos. Pero, con el correr de los años y la falaz repetición de una historia distorsionada por biógrafos e intelectuales marxistas, comenzó el proceso de mitificación del personaje. La foto del guerrillero con boina se convirtió en un recurso estratégico de marketing político e ideológico; y, después de más de 40 años de su muerte, los jóvenes, en su gran mayoría desconocedores de la historia, piensan que el “Che” Guevara fue un idealista obsesionado con nobles metas, un luchador por la justicia, un paladín al que hay que venerar.
Nada de eso. Guevara asesinó con crueldad a mucha gente. En una orgía de sangre, en la famosa prisión de la Cabaña, fusiló, sin juicio previo, a centenares de prisioneros. Se citan por decenas sus predicas de odio e incitación al crimen como recurso normal en la lucha de clases. Jamás se puede justificar arrebatar la vida a los seres humanos en nombre de la justicia, en la igualdad de los hombres y otros nobles fines. Cuando a Octavio Paz se le preguntó por qué no se había adherido a la revolución, utilizó en su contestación el mismo argumento que esgrimió Chateubriand hace dos siglos, quien, cuando se le inquirió por qué no participó en la revolución francesa, manifestó que tuvo la intención de abrazarla, pero cuando vio una cabeza humana clavada en una pica, dio un paso atrás, pues jamás podía admitir que se asesinara en nombre de la libertad.
✒ Enrique Valle Andrade | Diario Hoy, Ecuador | Miércoles 29 de febrero de 2012.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario