20.10.15

El mito Guevara


 La pala­bra mito, de raíz griega, tiene varias acep­cio­nes en el dic­cio­na­rio; una de ellas es: “Per­sona o cosa a la que se le atri­bu­yen cua­li­da­des o exce­len­cias que no tie­nen, o bien, una reali­dad de la que care­cen”. Rodrigo Borja, en su Enci­clo­pe­dia Polí­tica nos dice que “en los pue­blos moder­nos se ha for­jado tam­bién una suerte de mito­lo­gía polí­tica. El mito, en defi­ni­tiva, tiene ele­men­tos extraí­dos de la reali­dad y de la fan­ta­sía”. La fic­ción y la his­to­ria se entre­mez­clan para dar a cier­tos indi­vi­duos y a sus actos, una ima­gen agran­dada, por fac­to­res sen­ti­men­ta­les o ideológicos.

 Todas estas refle­xio­nes con­cep­tua­les se me vie­nen a la mente al medi­tar sobre la trans­mu­ta­ción que, con el paso de los años, ha expe­ri­men­tado la ima­gen del gue­rri­llero argen­tino Ernesto “Che” Gue­vara. Cuando este hom­bre murió en las sel­vas de Boli­via, luego de una embos­cada que le ten­dió el Ejér­cito boli­viano, ase­so­rado por la CIA, las úni­cas lágri­mas derra­ma­das por su triste muerte pro­vi­nie­ron de los sec­to­res de ultra­iz­quierda, obse­sio­na­dos con la toma del poder por la vio­len­cia, quie­nes vie­ron con frus­tra­ción la desa­pa­ri­ción de su ada­lid en esa lucha. A nadie se le ocu­rrió que había muerto un már­tir de vida ejem­plar; un modelo de con­ducta para los seres huma­nos. Pero, con el correr de los años y la falaz repe­ti­ción de una his­to­ria dis­tor­sio­nada por bió­gra­fos e inte­lec­tua­les mar­xis­tas, comenzó el pro­ceso de miti­fi­ca­ción del per­so­naje. La foto del gue­rri­llero con boina se con­vir­tió en un recurso estra­té­gico de mar­ke­ting polí­tico e ideo­ló­gico; y, des­pués de más de 40 años de su muerte, los jóve­nes, en su gran mayo­ría des­co­no­ce­do­res de la his­to­ria, pien­san que el “Che” Gue­vara fue un idea­lista obse­sio­nado con nobles metas, un lucha­dor por la jus­ti­cia, un pala­dín al que hay que venerar.

 Nada de eso. Gue­vara ase­sinó con cruel­dad a mucha gente. En una orgía de san­gre, en la famosa pri­sión de la Cabaña, fusiló, sin jui­cio pre­vio, a cen­te­na­res de pri­sio­ne­ros. Se citan por dece­nas sus pre­di­cas de odio e inci­ta­ción al cri­men como recurso nor­mal en la lucha de cla­ses. Jamás se puede jus­ti­fi­car arre­ba­tar la vida a los seres huma­nos en nom­bre de la jus­ti­cia, en la igual­dad de los hom­bres y otros nobles fines. Cuando a Octa­vio Paz se le pre­guntó por qué no se había adhe­rido a la revo­lu­ción, uti­lizó en su con­tes­ta­ción el mismo argu­mento que esgri­mió Cha­teu­briand hace dos siglos, quien, cuando se le inqui­rió por qué no par­ti­cipó en la revo­lu­ción fran­cesa, mani­festó que tuvo la inten­ción de abra­zarla, pero cuando vio una cabeza humana cla­vada en una pica, dio un paso atrás, pues jamás podía admi­tir que se ase­si­nara en nom­bre de la libertad.

✒ Enrique Valle Andrade | Diario Hoy, Ecuador  | Miércoles 29 de febrero de 2012.

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