2.4.13

La increíble vida de un cura que estuvo en Malvinas

El padre Vicente Martínez Torrens, fue uno de los primeros en llegar a las islas. Hubo ocasiones en las que ofició misa en medio de los bombardeos. Hoy brinda ayuda y contención a veteranos de guerra y familiares.

 Muchas voces han contado cómo fue el horror que se vivió en la guerra de Malvinas. La muerte, la sangre, el frío, el hambre y la necesidad de matar para seguir viviendo. Vicente cuenta la misma historia, pero desde otro lado. Él no portaba un arma, se defendía con una cruz y una Biblia. Vicente Martínez Torrens, cura salesiano, fue uno de los pocos sacerdotes que acompañó a los soldados argentinos en ese infierno. Vivió 74 días sobre la turba de las islas en un hecho que se transformó en una bisagra para el resto de su existencia.
                   
 Actualmente se desempeña en el Archivo Histórico Salesiano en Bahía Blanca pero sabe que su misión es atender los efectos de la posguerra, y de auxiliar en la espiritualidad a los veteranos de guerra sus familiares. Fue el primer capellán en llegar y el último en abandonar las islas, sin caer prisionero de los ingleses.            
                   
 El sacerdote lamenta el proceso de desmalvinización que ocurrió en Argentina, despotricando entre otras manifestaciones, contra la película "Los chicos de la guerra" porque no cuenta toda la verdad y afirma que la idea original era sacar a los ingleses de la isla, plantar la bandera argentina y negociar en la ONU, sin llegar a la guerra.
                    
 También señala que "no todo era mentira por las simples ganas de mentir. Era parte de una guerra psicológica". En otro párrafo duda de las bajas admitidas oficialmente por el enemigo. "Revisé todos los diarios del mundo y en ningún lado aparece el regreso de los gurkhas nepaleses que atravesaron corriendo 36.000 minas antipersonales que rodeaban Puerto Argentino". El padre Vicente tiene una ficha personal de cada uno de los 649 argentinos muertos durante el conflicto (323 fallecidos en el ataque al Belgrano) y un completo diario de guerra que escribió en Malvinas donde se atiborran los terribles recuerdos vividos y sufridos por la tropa argentina. Este cura se movía con total libertad, ya sea en la Gran Malvina como en la Soledad y estuvo a metros del encuentro clave que sostuvieron Jeremy Moore y Benjamín Menéndez para darle fin a la guerra.
                   
Testigo.
 "En Bahía Agradable fui testigo de que manera desaparecían las fragatas y destructores ingleses y yo me pregunto qué nación le infligió tanto daño a Inglaterra. Es justo también decirlo que no nos pasaron por encima", relata.
 Agrega:                  
 "Si ellos son los ganadores tendrían que mostrar lo bien que le fue y el poco costo que pagaron por esa conquista pero la señora Margaret Thatcher, en uso de sus funciones, impuso un secreto de guerra de no revelar absolutamente nada por 90 años, hasta el 2072". "Respeto y les creo a los soldados que dieron testimonio sobre las carencias que pasaron en el frente porque yo mismo me encontré con dos muertos por desnutrición y fatiga. Existió y fueron casos puntuales, pero no fue la generalidad de los 11.000 soldados. Una compañía la pasó muy mal, eran los que estaban en Puerto Yapeyú (Howart) porque ellos quedaron localizados frente a la playa de desembarco de los ingleses. Entonces no se los podía reabastecer, se trató de llegar con toda la picardías criollas pero no se pudo. Se mandó al "Isla de los Estados" y lo hundieron, se mandó al "Carcarañá" y lo hundieron, otro barco pudo escapar pero no pudieron reabastecerlos". Cuenta que estos soldados se estaban alimentando con 1.200 calorías diarias para racionalizar los alimentos cuando por la tensión y el frío necesitaban 3.000 calorías. "Respeto todas las visiones porque les creo, pero es muy parcial. Al soldado se lo metió en un pozo de zorro setenta días y no pudo ver la guerra en su conjunto. Hay que respetarla y aceptarla. Por mi oficio, y el haber sido capellán único durante mucho tiempo, pude recorrer la isla Soledad desde el cabo San Felipe hasta Monte Kent, desde Moody Brook hasta Puerto Enriqueta. Tenía un helicóptero con un piloto a disposición y pasamos varias veces el canal San Carlos" cuenta.

La rendición y la posguerra
 El padre Vicente tuvo una activa participación tras el cese del fuego. No cayó prisionero y ayudó a los heridos hasta que lo detectaron. Con un remolcador se largó con destino a Comodoro Rivadavia sin caer en manos inglesas. También fue artífice para que la bandera nacional de guerra del RI 4 no fuera tomada por los militares ingleses. "Cuando una bandera se pierde en guerra, no se repone, se reconquista. Eso lo aprendí después. Los británicos están sin bandera en uno de sus regimientos porque la perdieron en las invasiones inglesas y esa bandera está en la iglesia de Santo Domingo. Por eso ellos querían nuestra bandera, porque es histórica y para canjearla por la otra".
 "No pudieron conseguirla porque alguien me la pasó y yo la pude sacar hacia el continente, pero no me pidan que revele el modo en que lo hice. En tanto los sables de los oficiales fueron envueltos en plástico y escondidos en lugares marcados, para recuperarlos en algún momento". Tras la rendición, el padre Vicente no se entregó y se mantuvo oculto ayudando a los heridos. De noche los llevaba en un remolcador al Rompehielos ARA "Irízar" que estaba a 40 minutos de navegación. El buque había sido transformado como hospital y estaba reconocido por la Cruz Roja. El capellán estuvo hasta el 19 de junio realizando esa tarea. Cuando lo detectaron, terminó de subir a los heridos y se fue con el remolcador a Comodoro Rivadavia.
Luego de 26 años, la misión continúa
 A más de dos décadas de la guerra, la misión del sacerdote continúa porque está en contacto permanente con los ex combatientes. A donde va, pregunta enseguida por los veteranos de guerra y mantiene contacto. Lo mismo con familiares y amigos, que buscan más información. El cura expresa que se han encontrado con historias terribles de soldados que han padecido y siguen padeciendo la indiferencia de la mayoría de los argentinos. También lamenta la gran cantidad de suicidios que actualmente se acerca a los cuatrocientos. 


 Recuerda el caso de una madre a quien le habían comentado que su hijo aún estaba vivo, que había sido herido en un combate y que había perdido la memoria. "Incluso le comentaron que estaba vagando por las islas. La mujer vendió todo, hizo hasta lo imposible para ir a la isla a buscarlo. Hasta viajó al Reino Unido para pedir permiso. Yo la encontré y le expliqué que su hijo ya estaba con Dios, porque había fallecido en el ataque del 1 de mayo a la 4.30 de madrugada a 15 metros de la torre de control del aeropuerto. Yo mismo lo había enterrado".
Llegó a dar ocho misas en un día
 Monseñor Medina, por entonces, Obispo Castrense, visitó en cierta ocasión las islas. El padre Vicente, aprovechó para decirle: “Monseñor, usted sabe que el código de derecho canónico permite rezar hasta tres misas diarias; pues bien, yo estoy realizando ocho. ¿Qué pena canónica me puede caber?” y él le dijo: “situación de guerra, hijo, así que dale nomás”. Luego, le dijo: “mira, acá con el Capellán Mayor del Ejército hemos decidido nombrarte Capellán de las Islas Malvinas” y él le contestó que solamente era un voluntario más y que se quedaba hasta que resultara necesario, porque no era capellán castrense. Luego, agregó: mire, declino el nombramiento y provea usted. A ello le contestó monseñor Medina: “bueno, que te hace falta”; ante esto, le agregó el padre Vicente, que en virtud de estar tan ocupado, le enviara más gente. A los dos días le mandó doce “curitas” que fue distribuyendo, tratando de que cada unidad, por lo menos, en su sector los ubicaran en lugares estratégicos” mencionó Torrens. En Malvinas el Padre Vicente tuvo mucho trabajo. Durante muchos días fue el único sacerdote para atender en la fe a miles de soldados. Tenía una agenda con día y hora de los lugares a visitar. Asegura que nunca les falló a pesar de los bombardeos y las continuas alerta rojo. Una vez ocupada la isla, en la cabecera del aeropuerto se enterró un rosario y se puso la pista bajo la protección de la Virgen. "Los ingleses le tiraron 1.200 toneladas de bombas y ninguna le dio hasta el fin de la guerra, que estuvo operable. El último avión salió de esa pista el 13 de junio a las 20 horas". De su diario personal extrae unas anotaciones realizadas el 8 de mayo por un hecho que ocurrió en la misa de la Virgen de Luján. "El soldado radiooperador recibió la información de que venían dos aviones Sea Harrier por el oeste. Correspondía alerta rojo y desbandarnos. Pero el jefe dijo que estábamos en misa y procesión, y no nos iban a detener. Yo no podía dejar mal parado al jefe, porque ese era un acto de fe. Los Sea Harrier no aparecieron nunca". Otro hecho que lo marcó, ocurrió durante una misa. "En momentos de la consagración, cuando elevó la hostia, vio que venía un Sea Harrier ubicándose para bombardeo. Se arrodilló y les ordenó a todos lo que tenía al frente, ¡rodilla a tierra! Cuando estaban en esa posición, la bomba cayó detrás del último hombre, sin herir a nadie". Agrega: "Hay dos explicaciones; una de fe y es que seguíamos teniendo protección de la Virgen. En tanto la explicación técnica era que esas bombas de 500 kilos hacen un cráter de 12 metros por 4 de profundidad. Al estallar lo hacen en forma de cono, y por lo tanto la onda expansiva salió en forma de V, sin afectar a los que estábamos muy cerca". Tantas vivencias fuertes, lo motivaron a publicar sus memorias. De manera modesta, explica que no se trata más que de la recopilación de una suerte de “diario de guerra”, al que ha llamado “Dios en las trincheras”. Viene a ser una crónica y tiene un expreso objetivo. Al cumplirse los 25 años de la gesta, le pidió el Centro de Veteranos de Bahía Blanca que lo editara. Siendo Salesiano, pertenece a la misma Congregación, que estuviera en 1888 en Malvinas, y fundara una casa con colegio y parroquia.
                   
 Acerca de la bandera del RI Mec 4 dice que la bandera que recuperó, trayéndola al continente, fue realmente una riesgosa aventura. Debía buscar heridos y transportarlos al Irízar y con ellos volver al continente. En total alcanzó a llevar 450 en esa misión encomendada. En ese transporte, llevó la bandera que se había prometido que jamás quedaría como trofeo de guerra para los británicos. Recuerda el día que la llevó a Monte Caseros. El viaje fue desde Comodoro Rivadavia, con escalas en Aeroparque, Paso de los Libres, y llegada a Monte Caseros. Hací­a un calor impresionante. Pero mucho no le importaba, porque con la gracia de Dios la misión estaba cumplida, entregando la bandera cerrando una etapa notable de su vida. Por eso, emocionado, dice que “Monte Caseros es el cofre de su Bandera”.
Fuentes: Editorial Río Negro SA, subido a Internet en 2005
✒ | Soldados Digital. 4 de noviembre del 2008.

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